Si
se tuviera que resumir las variables que hacen al fenómeno de la globalización,
habría que identificar como una causa profunda del mismo la actividad
desplegada por las grandes corporaciones mundiales en pos de la distensión
mundial y el término de la guerra fría.
La
“Trilateral Commission” fue el centro de
confluencia de los intereses corporativos supranacionales,
que necesitaban un escenario mundial de apertura, que apuntara a la expansión
de la economía de mercado hacia el hemisferio oriental del planeta, permitiendo
la fluida circulación del capital y la tecnología, con una desregulación del
comercio internacional de mercancías.
La
política hacia el Este impulsada por el Mercado Común Europeo, las inversiones
de la Fiat y la Pepsi en la Unión Soviética, fueron tan importantes como el
suministro de tecnología electrónica en comunicaciones realizada por la ITT al
comienzo de los setenta. La influencia de las fuerzas corporativas en el
gobierno estadounidense ha sido clarísima, pues en ella se han formado líderes
republicanos o demócratas que han llegado a la Presidencia de Estados Unidos,
compenetrados con una visión planetaria de imperio, impulsando la implantación
global del libre comercio, con reglas para la protección de sus inversiones en
ultramar y condiciones seguras para la expansión de su economía hacia nuevos
territorios.
Simultáneamente,
como forma de lograr potenciar su competitividad mundial, las corporaciones
influyeron para que se constituyeran bloques regionales que favorecieran la
proyección de sus exportaciones de bienes y servicios. En los ochenta la triada
del poder mundial estaba representada por las economías de Japón y su
periferia, los Estados Unidos, México y Canadá, que construían el Nafta, y las
economías de Alemania y Francia impulsando la Unión Europea. La política
mundial durante los ochenta fue marcando una expansión de los bloques
regionales, con la participación de Japón en la inversión directa. Cuando cae
el sistema de economía centralmente planificada y desaparece la URSS, se
consolida en la economía mundial el liberalismo corporativista, que logra
colocar en la Agenda del GATT los temas que permitirían ordenar un sistema
global de relaciones económicas, caracterizado por la desregulación y apertura
de las economías en una serie de aspectos que nunca antes se habían colocado
como materia de las negociaciones internacionales: la apertura y trato nacional
a las inversiones extranjeras; la eliminación de los subsidios agrícolas,
conductas estandarizadas respecto a compra pública, a inversiones, con una
proyección arancelaria que favoreciera el libre comercio.
Abrir
las economías del mundo a la libre circulación de los servicios, cuidando los
derechos de propiedad intelectual, es algo que viene a sentar las bases de un
sistema económico mundial que refleja plenamente los intereses corporativos de
las multinacionales. Evidencia de esto es el celo por mantener fuera del
control estatal el mercado de capitales global, el hecho de que se protejan
aquellos factores que marcan la diferencia en materia de competencia, como lo
son la innovación productiva y la aplicación de mecanismos de liberación
comercial para permitir que todos los países del orbe se abran como potenciales
espacios de concurrencia para el proyecto corporativista global.
Cabe
apuntar, además, que la reconversión de las tecnologías generadas en la guerra
fría hacia los espacios civiles y empresariales, significó que en los mercados
tecnológicos se generaran sucesivas revoluciones, en especial en materia de
biotecnología, telecomunicaciones e Internet. Esta rápida expansión de las
tecnologías a nivel global puso un telón de fondo a todo el proceso social y
económico de la globalización, ya que impuso requerimientos a todas las
economías para incorporarse a las nuevas corrientes globales de comercio.
En
1994 culmina la rueda de negociaciones multilaterales del GATT denominada Ronda
Uruguay, que transcurrió en todo el período de grandes cambios políticos
mundiales. Al concluir esta ronda del GATT se había organizado, con la presión
de los países mayores, un nuevo orden económico y una nueva institucionalidad
denominada Organización Mundial del Comercio, OMC, que consolida todas las
materias de interés para la economía mundial contemporánea, aportando un
sistema de Solución de Diferencias que ha traído una mayor equidad al comercio,
pues países menos desarrollados han podido exigir la corrección de medidas
arbitrarias a países mayores, lo cual ha aportado reglas de conducta que nunca
antes habían existido.
La
incorporación de China continental a la OMC ha sido un hito relevante para este
nuevo orden global de relaciones. Sin embargo, al haberse dejado fuera de
acuerdo el tema medio ambiental, se han ido generando sucesivas protestas en
las cumbres de la OMC, las cuales dan cuenta del descontento de amplios
sectores sociales frente al orden establecido, por las asimetrías que contiene
y el bajo margen de maniobra que deja el sistema liberal a los Estados para
modificar sus políticas públicas en materia de comercio, servicios e
inversiones. Además, se han impuesto compromisos en materia de compra pública y
protección de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el
comercio.
El
sistema liberal global es el anfiteatro en el cual compiten las corporaciones
multinacionales para alcanzar el liderazgo global. Se ha planteado que estar
entre los “Top 3” asegura permanencia en el mercado global, pero bajar de ese
nivel implica desaparecer. El sistema apunta a la concentración del poder y la
riqueza y los países sólo pueden actuar con relativa soberanía dentro del orden
establecido, si la institucionalidad del Estado Nación es fuerte, transparente
y moderna.
Existen
grandes debilidades para que el Estado pueda actuar en el plano empresarial,
pues la doctrina implícita en el orden mundial es que el Estado tenga mínima
participación. Por otra parte, en el seno de las Naciones Unidas no ha habido
nunca capacidad política para fijar códigos de conducta a las multinacionales,
las cuales ejercen una presión sistemática sobre los sistemas políticos para
asegurarse beneficios. Y si lo hacen sobre Estados corruptos se da una
situación muy peligrosa para las comunidades nacionales, sobre todo en materia
de defensa de intereses nacionales de largo plazo, como la preservación del
medio ambiente o la disposición racional de recursos renovables.
El
sistema global no es aceptado con beneplácito por los países menos
desarrollados, pues sufren el control de los organismos reguladores y
fiscalizadores, como la OMC, el FMI o el Banco Mundial, que controlan sus
políticas y les hacen seguir reglas internacionales de conducta fiscal y
monetaria. Dentro de esta realidad, la capacidad de inserción depende de la
consistencia que tengan las políticas nacionales con el orden global. Es el
caso de Chile, que ha abierto unilateralmente su mercado para obtener en
reciprocidad espacios para sus productos de exportación. Lo lamentable es que
se haya postergado en Chile la política de diversificación y crecimiento
cualitativo exportador, que se diseñara como plan de gobierno al término del
régimen militar, en 1989, por lo cual se ha mantenido un perfil exportador
primario, con un modelo extractivo que ha tenido efectos que deberemos pagar en
el largo plazo.
Hernán
Narbona Véliz
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